La alimentación ancestral no es una moda ni una dieta de temporada. Es un regreso a las raíces, una forma de conectar con nuestras tradiciones, nuestras culturas y la sabiduría de nuestros ancestros. Ellos sabían, sin el respaldo científico que tenemos hoy, cómo preparar los alimentos para aprovechar todos sus nutrientes. Cocían caldos, usaban grasas naturales no refinadas y seleccionaban los ingredientes que mejor se adaptaban a su clima y a sus cuerpos. Sin saberlo, estaban cuidando su salud de una manera que hoy, con la globalización, hemos perdido. Hoy en día, no tenemos tiempo para cocinar, y la alimentación se ha vuelto algo secundario.
Hablemos un poco del maíz. Naturalmente, los humanos no estamos diseñados para consumir granos. Nuestro sistema digestivo no está preparado para digerirlos de manera eficiente, pero aprendimos a adaptarnos. Algunas culturas, como las de Mesoamérica, encontraron una solución: la nixtamalización, un proceso que convierte al maíz en un alimento más nutritivo y aprovechable para nuestro cuerpo. Sin embargo, hoy el maíz ha cambiado. En su mayoría, es transgénico, modificado genéticamente para aumentar su rendimiento, lo que lo hace aún menos reconocible para nuestro cuerpo. Además, el maíz es propenso a contaminarse con aflatoxinas, hongos y micotoxinas por mal almacenamiento, lo que lo convierte en un riesgo para nuestra salud. Aunque antiguamente se combinaba con alimentos como frijoles, manteca o aguacate para hacerlo más nutritivo, hoy en día, el maíz se consume principalmente en forma frita, con aceites refinados y poco saludables.
La alimentación ancestral, tiene grandes beneficios para nuestra microbiota intestinal. Regresar a los alimentos no procesados y locales puede ayudar a restaurar el equilibrio de nuestra microbiota, eliminando los alimentos artificiales que invaden nuestras dietas modernas. Es importante recordar que nuestros ancestros comían de acuerdo a su genética y su entorno, lo que no solo mejoraba su salud, sino que también fortalecía sus defensas frente a las enfermedades. Comer alimentos locales, frescos y preparados de manera ancestral es una forma de fortalecer nuestra genética y mejorar nuestra salud en general.
Hablando de alimentos tradicionales, los fermentos son esenciales. Un alimento fermentado es aquel que ha pasado por un proceso en el que bacterias benéficas desarrollan microorganismos que ayudan a nuestra salud. Esto es algo que nuestras abuelas sabían muy bien: todos los pueblos del mundo tienen al menos un alimento fermentado en su dieta, como el chucrut, el kimchi o incluso el pan y el vino. El problema hoy en día es que la comida moderna está excesivamente procesada. Ya no comemos la zanahoria que sacamos del suelo, llena de bacterias beneficiosas; ahora, la comida llega tan “limpia” a nuestros supermercados que carece de la vida que nuestros cuerpos necesitan. Esto contribuye a la reducción de la diversidad de nuestra microbiota, lo que lleva a problemas como la disbiosis intestinal, donde los patógenos tienen mayor probabilidad de proliferar. Aunque los probióticos comerciales ayudan, nada se compara con los fermentos naturales, que reponen nuestra microbiota de manera más efectiva.
Por otro lado, el caldo de hueso es otro de esos alimentos ancestrales que no puede faltar en nuestra dieta. Este caldo es un verdadero superalimento, cargado de aminoácidos como prolina, glicina y glucosamina, que el cuerpo reconoce fácilmente y utiliza para mantener nuestra salud en óptimas condiciones. Cocinado a fuego lento durante varias horas, el caldo de hueso es medicina que nutre nuestra piel, huesos y articulaciones. Puede tomarse en cualquier momento del día y es perfecto para preparar guisos y sopas.
A menudo, las personas piensan que la salud requiere de muchos suplementos caros y complicados. Pero la verdad es que no necesitamos complicarnos tanto. Si comemos bien, si volvemos a las bases de la alimentación ancestral, podemos evitar muchos de los problemas de salud que hoy son comunes, como las alergias o las enfermedades autoinmunes. A veces, solo necesitamos volver a nuestros orígenes para lograr la salud que buscamos.
Regresar a comer como nuestros ancestros no solo es una forma de nutrirnos mejor, sino también de reconectar con nuestra esencia, con la sabiduría de quienes vivieron antes que nosotros. ¡Es hora de retomar las riendas de nuestra salud, una comida ancestral a la vez!
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